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Libertad, Fraternidad, Igualdad

" Discurso-Cuento" leído por Eduardo Olivares al convertirse en Chevalier des Arts et des Lettres.

Sábado 7 de agosto de 2004, escrito por Eduardo Olivares Palma

Queridos todos:

Permítanme antes que nada destacar la particular emoción que me produce el compartir esta distinción con tres colegas, con tres periodistas que, curiosamente, por esas “cosas de la vida”, no estamos ejerciendo el periodismo, por lo menos en Chile. Y permítanme también destacar el hecho de que Carmen Romero y yo tenemos en común otro gran privilegio: ambos somos originarios de La Calera. Y eso, créanme, no es un dato menor en nuestras vidas.

Libertad, Igualdad, Fraternidad

Imposible no pensar en esa necesaria y emblemática trinidad valórica en momentos en que Francia me incluye en esta otra trinidad que, a partir de hoy, formaremos estos tres periodistas-mosqueteros de la cultura. que, junto a ustedes, y muy a menudo con la ayuda de ustedes, nuestros familiares, amigos, amores, cómplices y todo, hemos recorrido un camino que, visto desde Francia, justifica que seamos Caballeros de la Orden de las Artes y las Letras de la République Française.

C’est un beau roman, c’est une belle histoire.
Es un hermoso cuento, una bella historia, dice una muy poética canción que emociona a muchos de los aquí presentes, incluyéndolo a usted, señor Embajador.

En efecto, para mí, el encuentro con Francia y sobre todo con muchos franceses, ha tenido en realidad mucho de un hermoso cuento, de una bella historia.

Corría el año 1948 cuando Gladys y Reinaldo, dos jóvenes caleranos que se habían casado a comienzos de ese año, tomaron la decisión de que el primogénito del incipiente clan Olivares Palma naciera en Valparaíso. La juventud y la inexperiencia no les permitieron quizá reparar en el hecho de que, nacer en un puerto, lo predispone a uno a ser como los marinos aquellos que besan... y se van. Menos aún pensaron en las consecuencias que tendría el haber elegido, para recibirme, una maternidad situada a pocos pasos del Monumento de los Franceses a Valparaíso. Ése que se encuentra, ¡como no! en pleno corazón de la Avenida... Francia.

Las primeras manifestaciones de mi así programado nomadismo no tardaron en aparecer. Teníasólo 9 años cuando, por obra y gracia una supuesta vocación que nunca se supe cómo había sido detectada, aterricé en un seminario que, visto desde la Población Cemento Melón de La Calera, estaba muy pero muy lejos. "Más allá de Santiago", en San Bernardo.

Pese a la "lejanía", Gladys, mi madre, estaba feliz con la idea. Ella siempre había soñado con tener un hijo cura o director de orquesta. Pobre madre. Nunca imaginó que, con el paso de tiempo, tendría que conformarse con que en vez de cura, su retoño fuera sólo un militante político. Es cierto que en algo se parecen, pero no es lo mismo. No le fue mejor a mi pobre madre con el sueño de la dirección de orquesta ya que, con la honrosa excepción de algunas efímeras aventuras artísticas, solo un aficionadísimo guitarreo me acompaña en esas cantatas con las que, como todos, suelo ahuyentar las penas y alegrar el corazón.

La vocación alcanzó sólo para dos años de seminario. Pero, attention! no volví a La Calera con las manos vacías. Me llevé de allí el único premio que tuve en mis años de estudiante secundario: el de mejor alumno en francés.

No logré lo mismo con el Chico Pete, mi profesor de francés del Instituto Rafael Ariztía de Quillota. El Chico Pete, de cuyo verdadero nombre me gustaría mucho acordarme, se empeñaba en convencerme de que no tenía ninguna gracia que uno fuera capaz de leer en francés y “de corrido”, la historia de Jean François et Sophie qui habitaient Nouville, une ville imaginaire. Según él, yo buscaba hacer trampa aprendiéndome de memoria las historias escritas en los manuales escritos por el tío del flaco Charó, uno de mis buenos amigos en tiempos del seminario. Como yo no hablaba francés sino que “imitaba como hablan los franceses”, me castigaba por tramposo. Estimado Chico Pete, te juro que sigo sin entenderte. Désolé.

A estas alturas del cuento, debo decir que pese a todas estas curiosas coincidencias yseñales, nada me hacía pensar que algún día Francia llegaría a ser lo quoy e es hen mi vida. Nunca le presté tampoco mayor atención al hecho de que me gustara tanto cantar Elle était si jolie y otras canciones francesas que, en aquellos tiempos, los de mi juventud, sonaban en nuestras radios. Recuerdo incluso una que me valió una feroz bofetada de parte una compañera de universidad. Ella estudiaba francés y se enfureció cuando le dije que me acordaba de ella cada vez que escuchaba Toi, mon amour ami, si je chante c’est pour toi..

En realidad, si algo me hizo soñar con Francia fueron más bien, en aquellos tiempos en que tratábamos de vivir en la Universidad de Concepción nuestro propio Mai 68, las deliciosas carottes rapées que preparaba Michèle Utard, la compañera francesa de mi amigo y compañero Rodrigo Ambrosio. Para los que no lo saben, Rodrigo fue el fundador del Mapu, el partido desde el que tuve el privilegio de vivir aquellos tiempos en que, como decía la canción, no se trataba sólo de cambiar un presidente. Siempre recuerdo que los libros que Rodrigo había traído de Francia -donde estudió y forjó buena parte de sus convicciones- venían de una librería parisina cuyo nombre siempre me hizo soñar: la Joie de Lire. El placer de leer. Años después, en ese mismo espacio que, además de libros, brindaba amistad y solidaridad, nos juntamos a menudo para buscar la manera de poder contribuir, desde la distancia, a ponerle fin a la pesadilla en que se habían convertido casi todos nuestros sueños.

No sabría decir cuándo, ya exilado en Francia, empecé a sentir que ese país sería para mí algo mucho más trascendente que una fraternal, solidaria y estimulante sala de espera del retorno a Chile y a la democracia. Que sería la tierra en que, junto con Josefina, la madre mis hijos, crearíamos un árbol familiar cuyas raíces y ramificaciones son cada vez más francesas. Que se convertiría, progresivamente, en “mi lugar en el mundo”.

Tal vez fue cuando, trabajando de camionero, descubrí que, pese a que no todos los franceses eran intelectuales o de izquierda, muchos eran igualmente acogedores con quien se encontraba lejos de su país. O tal vez fue cuando fui por primera vez a un partido de fútbol y constaté, con no poca sorpresa y emoción, que la mala fe de los hinchas franceses era conmovedoramente similar a los de chez nous. Muy decisivo fue en todo caso el que amigos muy queridos me enseñaran, con afecto y generosidad, cuan era cierto aquello que cantaba Viglietti: ¡qué lejos está mi tierra y sin embargo qué cerca! ¿Es que existe un territorio donde la sangre se mezcla? De entre esos amigos, permítanme recordar a uno en particular: Patrick Tandin, un francés que, como tantos otros, era hijo de inmigrantes. Mezcla generosa de sangre gitana e italiana, Patrick me ayudó a comprender todo el sin sentido de las fronteras y de las etiquetas que nos reducen a ser estrecha y obtusamente Chilenos o Franceses. A ser simples imbéciles heureux ...nés quelque part, como habría cantado Georges Brassens.

Al cabo de 14 de años volví a Chile. Y ahora, 14 años después de mi retorno, he tomado la decisión de volver a instalarme en Francia. No hace necesariamente parte de este cuento el que yo les explique por qué tomé una tal decisión. Déjenme sin embargo decirles que quiero creer que es porque allí me resulta más natural, más sencillo, vivir mi convicción de que, definitivamente, no soy de sólo de aquí sino también de allá. Que mi patria está en realidad en esa pasarela francochilena hecha de amistad, amores y sueños comunes que une nuestros países y sobre todo nuestra gente. Quiero creer también que es porque en Francia están mis hijos, mi nieta y casi todos los proyectos de futuro que hoy me animan.

Pero también debo decir que, paradójicamente y al igual que en los años de exilio, nunca he querido y soñado tanto a Chile como cuando estoy en Francia. No se trata ni con mucho de que Francia sea ni el paraíso ni el país perfecto. Pero debo constatar que allí vuelvo a encontrarme con las energías, la motivación y las ideas que me ayudan a salir de una cierta apatía y de un cierto letargo individualista en el que me sentía sumido. Me dan ganas nuevamente de contribuir de alguna manera a que nuestros dos países - y sobre todo la pasarela que los une- se parezcan a lo que una historiadora de las órdenes de caballería describía cuando hablaba de “un país cuya grandeza sea como la de los primeros tiempos de las órdenes de la caballería. Esos tiempos en que los caballeros no hacían todos partes de la nobleza ni eran todos hijos de otros caballeros. Esos tiempos en que no se era caballero por nacimiento sino porque se habían hecho méritos para serlo y todos podían llegar a serlo”.

Es probable que la divisa de ese país-puente, de ese territorio francochileno nacido de nuestra amistad y anhelos comunes pudiera ser algo así como Libertad, Igualdad y Fraternidad...por la Razón o la Fuerza. Pero en verdad, gustándome mucho la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, no me gusta para nada la razón de la fuerza. Prefiero definitivamente la persuasión y, mejor aún, la seducción

Al terminar este cuento, déjeme decirle señor Embajador mi gran orgullo y gratitud por este gesto de la Republique, así como mi gratitud por toda la amistad y generosidad que he recibido de muchos de sus mejores hijos. Y a ustedes, mis queridos amigos, déjenme decirle que estoy más convencido que nunca de que el cuento más importante de todos, el de nuestros sueños y esperanzas, ese cuento todavía no se ha acabado.

Muchas gracias

Eduardo Olivares
Santiago, 7 de julio de 2004